sábado, 16 de mayo de 2009

el misterio de la sencillez

existen pequeñas cosas que me fascinan, por la belleza que encierran en su sencillez, porque tienen esa magia que hace que algo simple parezca infinitamente complejo

el origami es una de esas cosas



sin embargo, visitar un lugar como éste y desvelar sus misterios y enigmas, nos permite sentirnos -si cabe- un poco más magos

El Príncipe de las sombras


El príncipe de las sombras
Milan; il. Pablo Otero. Kalandraka, 2009

¿Quién no ha soñado alguna vez con atravesar un espejo, como Alicia? ¿O con leer un libro y encontrarte con que formas parte de la historia, como le ocurre a Bastian en La historia interminable? Durante toda mi niñez abrí puertas y ventanas, busqué secretas madrigueras, pozos de los deseos... Pero, principalmente, busqué tréboles de cuatro hojas. Porque por cada trébol de cuatro hojas que encontraba, mi padre me regalaba un libro. Y los libros son como puertas mágicas: basta con abrirlas para entrar en otro mundo y vivir aventuras de las que te sientes protagonista.

Seguro que entonces me hubiese gustado que me regalasen "El Príncipe de las sombras": una historia repleta de puertas que conducen a mundos llenos de objetos mágicos, que el protagonista debe reunir para salvar a una princesa...

domingo, 10 de mayo de 2009

Nana Vieja

Margaret Wild; ilustraciones de Ron Brooks.
Caracas: Ekaré, 2000

Hay preguntas de los niños que tememos. Aunque las esperamos, cuando llegan, nos pillan desprevenidos, nos desarman, nos desconciertan. Suelen ser preguntas existenciales, casi filosóficas, que necesitan resolver para conocer el mundo, para entender y entenderse. Preguntas que no tienen una respuesta única, y que nos enfrentan con nuestras propias dudas, con nuestros propios miedos.
Las preguntas sobre la muerte llegan pronto, cuando los niños son muy pequeños y un día, de repente, entienden que la vida no es eterna, y temen morirse y ver morir a las personas queridas.

Quizás sea éste un buen momento para compartir Nana Vieja con ellos, para sentarles en nuestro regazo, mecerles, y en una intimidad como la que comparten en la cubierta, sentadas en una barca, las dos protagonistas, comenzar a leer:

“Nana Vieja y su nieta había vivido juntas por mucho, mucho tiempo…”

Inmediatamente nos veremos transportados a sus maravillosos paisajes de pinceladas impresionistas, y compartiremos con sus protagonistas, dos cerditas que despiertan ternura, su vida cotidiana en su casa en el campo.
Hasta que de pronto, los colores cambian. Llega el otoño. Nana Vieja presiente que su muerte se acerca y siente la necesidad de prepararse para ella. Pone sus cosas en orden, y le pide a su nieta Chanchita que la acompañe a despedirse de todo aquello que la ha hecho feliz: el atardecer sobre el lago, el brillo de la luz sobre las hojas, el olor de la lluvia… el legado que quiere dejarle a su nieta en herencia: la magia de las pequeñas cosas.

Cuando cerremos el libro, es muy probable que lo hagamos con lágrimas en los ojos. También con ojos llenos de preguntas. Quizás necesitemos leer juntos este libro muchas veces. O tal vez sólo una. Pero tengo la certeza de que volveremos a él. Porque las preguntas como ésta requieren días, meses, años para contestarse, y algunas no terminan nunca de responderse.

Por eso es tan difícil escribir para niños. Es difícil no caer en la tentación de sobreprotegerles, de ofrecerles un mundo edulcorado, amable y perfecto, en el que las cosas desagradables, como la muerte, no tienen cabida. Es difícil no tratarles con condescendencia, ofreciéndoles respuestas simplistas a sus preguntas complejas.Por eso este libro tiene tanto valor: Porque Margaret Wild y Ron Brooks nos ofrecen una respuesta sencilla, pero no simple. Una explicación natural, exenta de dramatismos, del ciclo de la vida; un modelo para enfrentar nuestros miedos y aceptar la muerte (y también la vida) con madurez y valentía

martes, 5 de mayo de 2009

un poema que me regalaron

Hoy, en una charla sobre la promoción de la lectura en la escuela, Begoña Oro ha leído este poema, que yo desconocía y que me hizo estremecer y recordar lo que disfruto escuchando literatura, yo que siempre soy esa voz que lee para otros.

Relato de madrugada
En la plaza vacía está lloviendo.
Hay un único taxi en la parada.
Es tan larga la espera del taxista.
Apagado el motor,
dentro del coche hace mucho frío.
Se abre una puerta y sube un pasajero
de malhumor, cansado, con la ropa mojada.
Le da una dirección.
Al saltarse un semáforo, le abronca.
El taxista se vuelve murmurando:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
El pasajero calla y se hunde en el asiento.
Avanzada la noche, sube al taxi
un grupo en plena juerga, y él les dice:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
“Todos nos hemos de morir”, contestan,
entre las bromas y las carcajadas.
Acabado el trabajo, en el garaje,
se acerca a la cabina de la radio:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
La mujer, con los ojos
enrojecidos de cansancio,
le contesta que sí mientras atiende
a las voces mezcladas con el ruido
que van surgiendo desde la emisora.

Se trata de un relato que es de Chéjov.
En él cae la nieve
y el coche es un carruaje con un viejo caballo.
Sé que el taxista no podrá dormir.
¿Y la muerte? ¿Está dentro del puño
que levanta la vida, o es el puño
en el que estamos encerrados?
En la historia de Chéjov, al cochero
le queda su caballo para poder contarle
que su hijo está muerto. De repente,
siento que todo está dentro de mí,
que el miedo ya está helándose,
y enciendo un fuego, y todos sentimos su calor,
el taxista, el cochero, tú que me estás leyendo,
yo, mis muertos y Chéjov, todos juntos
viendo caer la vida en soledad, como la nieve.
Un tren nocturno cruza, barnizado de rosa,
campos de olivos al alba.
Aquí acabo, cansado, somnolientoy misteriosamente feliz,
este poema.

Joan MARGARIT

sábado, 2 de mayo de 2009

empezar a leer

No recuerdo cuándo empecé a leer. En mi casa no había demasiados libros, ni mis padres eran grandes lectores. Mi madre dice que apenas me contaban cuentos, ni me leían por las noches. Sin embargo, yo recuerdo las historias interminables que mi abuela inventaba para mí mientras paseábamos por el bosque, mientras caminábamos aquel camino interminable desde el autobús hasta su aldea, mientras cocinaba, mientras merendábamos, o a la hora de ir a dormir. Mi abuela es una de esas personas que consigue sacar un relato apasionante de una anécdota anodina. Sabe contar, sabe engancharte a sus palabras, sin artificios, sin teatralidad. Y creo que de ella me viene la voracidad por las historias, aunque no haya heredado su capacidad para contar.

No recuerdo cuándo empecé a leer, pero desde siempre me recuerdo con un libro al lado. En el autobús del colegio, en el recreo, en el parque, leyendo a escondidas por las noches pese a las protestas de mi hermano para que apagara la luz.

A veces vuelvo la vista atrás e intento descubrir los hilos que me fueron atando a los libros, por si puedo reproducir las puntadas, como mediadora de lectura que soy, como recomendadora, como librera. No lo consigo. Sólo consigo recordar sensaciones que todavía me asaltan ahora, cada vez que leo un buen libro. Y me tengo que conformar con intentar compartirlas, hablando de lecturas y de libros.

sobre mis libros y otros animales

Como todos los niños, una vez quise tener un perro. Recuerdo la emoción que sentí cuando mis padres me llevaron al aeropuerto a recoger a un amigo que llegaba en un avión. Era un cachorro al que bauticé Paul, por el Beatle preferido de mi padre.
Como todos los niños, pronto descubrí que tener un perro suponía mucho más de lo que esperaba. Lo descubrí en el momento exacto en que destrozó el tercer rollo de papel higiénico del baño. Nunca llegué a entender por qué no hacía como el cachorrito del anuncio, llevándolo delicadamente por toda la casa.

Fue entonces cuando decidí que las únicas mascotas que quería tener en mi vida eran libros.